Estoy en el andén, hay mucha gente.
Detesto a la gente. Hay una línea amarilla que limita la zona de seguridad, yo y mi anarquía estamos del otro lado. Contemplo las piedras de las vías, son como aquellas con las que he tropezado tantas veces… se ven tan relajadas, simples piedras acomodadas unas sobre otras. Pareciera que me sonríen y se mofan de los que nos amontonamos en el anden con nuestras caras fastidiadas y los brazos lánguidos esperando el odioso tren que se demora…
Vuelvo mi atención a las piedras: los Durmientes las acompañan haciendo merito a su nombre, descansando plácidamente sin que su sueño sea interrumpido por los viajeros que se estorban unos a otros… Siento envidia, allá abajo todo es tranquilidad, es idilio, nada perturba a las malditas piedras y el sopor de sus compañeros. Mi mirada envidiosa parece despertar a los Durmientes y me miran de reojo, las piedras entre risas me llaman: “¿Qué haces allá arriba? ¡Ven a descansar!” Estoy absorta, empiezan a gritarme todas al mismo tiempo, “¡Ven, anda ,ven! ¿No quieres bajar? ¡Se esta tan a gusto aquí!” Es tentador, un lecho de roca para olvidar, dejar atrás… para recibir paz… Me inclino hacia el frente, mientras me siguen gritando: “¡Salta! ¡Salta!” estoy a solo un paso de mi pequeño precipicio… De pronto una ráfaga naranja se impone con un feroz rugido a unos centímetros de mi nariz y una mano sabia me jala hacia atrás por la cintura recriminándome con voz aflautada:
- - ¡Hazte pa´tras muchacha que te lleva el tren!
Volteo a ver a la anciana, le sonrío desde la penumbra de mi desconcierto… creo que me lo dice en sentido figurado.