jueves, 21 de octubre de 2010

Estación Tacubaya

Estoy en el andén, hay mucha gente.

Detesto a la gente. Hay una línea amarilla que limita la zona de seguridad, yo y mi anarquía estamos del otro lado. Contemplo las piedras de las vías, son como aquellas con las que he tropezado tantas veces… se ven tan relajadas, simples piedras acomodadas unas sobre otras. Pareciera que me sonríen y se mofan de los que nos amontonamos en el anden con nuestras caras fastidiadas y los brazos lánguidos esperando el odioso tren que se demora…

Vuelvo mi atención a las piedras: los Durmientes las acompañan haciendo merito a su nombre, descansando plácidamente sin que su sueño sea interrumpido por los viajeros que se estorban unos a otros… Siento envidia, allá abajo todo es tranquilidad, es idilio, nada perturba a las malditas piedras y el sopor de sus compañeros. Mi mirada envidiosa parece despertar a los Durmientes y me miran de reojo, las piedras entre risas me llaman: “¿Qué haces allá arriba? ¡Ven a descansar!” Estoy absorta, empiezan a gritarme todas al mismo tiempo, “¡Ven, anda ,ven! ¿No quieres bajar? ¡Se esta tan a gusto aquí!” Es tentador, un lecho de roca para olvidar, dejar atrás… para recibir paz… Me inclino hacia el frente, mientras me siguen gritando: “¡Salta! ¡Salta!” estoy a solo un paso de mi pequeño precipicio… De pronto una ráfaga naranja se impone con un feroz rugido a unos centímetros de mi nariz y una mano sabia me jala hacia atrás por la cintura recriminándome con voz aflautada:

- - ¡Hazte pa´tras muchacha que te lleva el tren!

Volteo a ver a la anciana, le sonrío desde la penumbra de mi desconcierto… creo que me lo dice en sentido figurado.

lunes, 11 de octubre de 2010

= FRNSHP =

Es curioso como vemos pasar el tiempo desde la ventana del diario existir, y admirar como la lluvia derramada no caerá igual la próxima vez, cuando retorne a su origen y se deje caer nuevamente, y sin embargo volverá a refrescar.

Quizá no volverán esas tardes de billar, ni los desvelos de películas hablando de Amores inocentes, tal vez no mas mañanas de piedra cociéndonos al sol ni crepúsculos de pizza aderezada con burlas irónicas ni secretos de media noche averiguando que flor serías y si… no más búsquedas de palabras para tratar de expresar lo indecible.

¿Dónde aquellos chicos de pants azul que jugaban baraja? ¿Dónde las niñas que hacían juegos de “Limonada” en hojas arrancadas al estudio? ¿Dónde el mirador que fungía de cápsula del tiempo?

Allá, donde los pasos no pueden volver, donde la sangre era más fresca y las ilusiones tenían alas propias, allá donde el mundo cabía en la palma de la mano y tenerte lejos no era racional, donde el cielo era la meta y no el límite, donde la mayor preocupación era reunirnos los sábados y tener permiso (y dinero) para llegar tarde, cuando el agua de Jamaica era catarsis y un cigarro verde nos hacía decir la verdad.

Fue una dulce época, donde jugábamos a crecer sin saber en que punto se hizo realidad, cuando las visitas de cada 8 días se espaciaron a cada 73 cada 240 o (triste) de cada 371 días. Muchos sueños se cumplieron, otros no supimos donde los dejamos y sin embargo seguimos en la faena con la vista en el horizonte y la cabeza llena de un coctel de ideas.

Y aunque hemos dejado de ser vecinos no hemos dejado en el olvido esto que habita entre nosotros, algo que echo raíces entre risas y confesiones una de tantas ocasiones que compartimos lado a lado mientras el Sol que se ocultaba en el firmamento no imaginaba que en uno de sus postreros viajes por la bóveda celeste iba a encontrarnos nuevamente caminando en compañía una otoñal tarde de Octubre.